

El FRAP Mata a un componente de la Asociación de Vecinos.
Como os decía El Batán y uno de sus vecinos han sido víctima del terrorismo tanto en épocas pasadas como más recientes. Y aunque el terrorismo nos afecta a todos en cuanto somos potenciales víctimas, por razones obvias sólo me referiré a los que tuvieron lugar en El Batán.
Empezaré por el crimen delteniente de la Guardia Civil, Antonio Pose Rodríguez, que fuera vocal fundacional de la primera asociación que hubo en El Batán en 1967. Antonio fue asesinado por el FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota), grupo formado unos años antes. Los hechos fueron descritos por la prensa así y así os los cuento:
El teniente de la Agrupación de Tráfico de la Guardia Civil, Antonio Pose Rodríguez, nacido en la población de Almonacid de Zurita (Guadalajara), de 49 años de edad, casado y sin hijos. A las dos horas y treinta minutos, de la tarde del sábado día 16 de agosto de 1975, una vez finalizado su servicio en las dependencias oficiales de la calle Sotomayor. Tras aparcar su vehículo en las inmediaciones de su domicilio, situado en el número 3 de la calle Villavaliente esquina con el paseo de Extremadura en El Batán. Cuando se disponía a entrar en el portal de acceso a su vivienda, fue abordado por tres jóvenes; José Luis Sánchez Bravo Sollas, Manuel Cañaveras de Gracia, Ramón García Sanz. Uno de ellos, Ramón García Sanz extrajo del interior de una bolsa de plástico una escopeta de cañones recortados y disparó a quemarropa contra el teniente Pose, que alcanzado en el pecho, cayó al suelo de bruces herido de muerte, con lesiones gravísimas en el pulmón y corazón.
Mientras, sus agresores huían a través del paso subterráneo de peatones cercano para cruzar la carretera de Extremadura y huir del lugar del crimen, antes arrojaron abundante propaganda suscrita por el FRAP. Su esposa Adolfina Corrales Fernández, que se encontraba en el domicilio en compañía de su madre, escucho una detonación y sospechó enseguida que se trataba de un tiro, asustada salió precipitadamente al balcón y observó a la entrada del subterráneo, un cuerpo tendido en el suelo, al observar que llevaba uniforme, comprendió horrorizada que se trataba de Antonio, su marido. Inmediatamente bajo a la calle, donde ya se habían arremolinado varias personas, que no le dejaron acercarse al cuerpo. Después vino un vehículo policial y trasladado el cuerpo ya cadáver al Hospital Militar Gómez Ulla.
Antonio además de su trabajo como guardia civil tenía en los bajos de su domicilio un taller de reparación televisiones, para poder sobrevivir con más holgura. Era cosa normal en esa época que la policía y guardia civil tuvieran otro empleo para complementar su escaso sueldo.
Se dio la circunstancia que este asesinato tendría otras repercusiones por la época en la que se llevó a cabo. Franco estaba enfermo y corrían malos tiempos en la política exterior de España.
Así cuando el 4 de septiembre es detenido por la policía José Luis Sánchez Bravo Sollas de 22 años, alias “hidalgo” y en 25 días, concretamente el 27 de septiembre es fusilado junto con el asesino material de Antonio, Ramón García Sanz, de 27 años. Ni que decir tiene que la respuesta internacional de repulsa fue unánime.
Se produjeron manifestaciones de rechazo y quemas de las embajadas en muchos países. Supongo que no era esta la mejor forma de hacer justicia, el estado no puede equipararse a los despreciables asesinos. Eterna discusión esta de la pena de muerte, cuando aún se lleva a cabo en infinidad de países, afortunadamente cada vez menos. Pero si uno quiere rechazar este tipo de juicios, casi indefensos de los acusados, hay que ser igual de duro con aquellos que suponen que la vida de una persona vale menos que sus ideas. Y claro está no podemos retraernos al dolor de los familiares de las víctimas y de sus verdugos, sin caer en atribuciones más allá de eso; víctimas inocentes y despreciables asesinos. Lo demás son utilizaciones interesadas de dramas personales, para fines tan despreciables como los de los asesinos.
Si estas hubieran sido las últimas víctimas, parecería que esto era cosa de la insoportable dictadura, pero sucedió que después de la llegada de la democracia, el estado como tal jamás llegó a ejecutar a ninguna persona, la pena de muerte fue abolida, pero los terroristas siguieron matando, con igual o peos saña.
En la barrera metálica hay un ramo de flores atado con una cuerda. La valla pretende proteger a los transeúntes de los coches, por si los primeros intentaran en una misión imposible cruzar el paseo Extremadura, allí unos metros después del número 300. Paso endiablado de vehículos -autobuses, coches, motos y camiones- que supera con mucho cualquier cifra que a uno le pueda rondar por la cabeza. Algunos de los conductores o sus acompañantes; con la velocidad, apenas repararan desde el coche en estas flores, la mayoría de las veces marchitas ya por la contaminación y el tiempo, o si las ven, piensan que allí debió de ocurrir un accidente grave de tráfico, esa muerte rutinaria de cada día, esa cifra que de pasada nos deja un telediario de fin de semana. Entonces vuelven sus ojos a la carretera y se acabó. Pero no es así, la tragedia no es de un exceso de velocidad, ni del casual encuentro con un conductor suicida. ¡No! traído por unas manos femeninas, una persona que no quiere que la muerte de una persona a la que tanto quería, sea simplemente olvidada. Es más, buscan con este gesto recordar la barbarie, la sin razón que puede cometer un ser humano, si así puede llamarse a un asesino, sobre otro ser humano inocente.
El ramo de flores quiere recordar exactamente, donde murió Miguel Peralta Utrera, las manos que atan el ramo a la valla de galvanizado gris son de alguien que no logra ni lograra olvidarlo María de la Paz Pérez Estudillo su mujer. Es como si cada día a las ocho y media de la mañana volvieran a asesinarlo. Y mientras renueva las flores, también lo hace de lo que ocurrió aquel día, ella no estaba allí, y entonces un nudo de dolor le contrae el estómago y sube hasta el corazón, si hubiera estado posiblemente ahora estaría muerta o como Irene Villa González la niña de doce años que muy cerca de aquí perdió las piernas y los dedos de la mano en otro atentado, era el año 1991 sólo tres años antes de este 23 de mayo de 1994. Entonces también fue ETA y también lo tuvo fácil, sin riesgo, con las facilidades que dan los inocentes.
Y vuelta de nuevo a revivir en su cabeza aquel momento. Yo me limito a tomar algunos apuntes de lo publicado esos días:
Como casi todos los días, Miguel Peralta Utrera, salió de su domicilio en la calle Linneo, allí pasando el puente de Segovia, acompañado de una de sus hijas. Eran las ocho de la mañana, y antes de ir a su trabajo en el Cuartel General del Mando de Transmisiones de Prado del Rey pues Miguel era militar. Debía de dejar en el instituto a la niña en el paseo de los Melancólicos muy cerca de donde vivían. Subieron los dos al coche un Seat 1430 matrícula de Madrid 6318-CM.
Ellos no sabían que en los bajos de su coche habían colocado la noche anterior un artefacto explosivo.
Tras dejar a su hija Laura de 15 años en el instituto Gran Capitán en el Paseo de los Melancólicos 51, se dirigió hacia el paseo de Extremadura. Al llegar a la gasolinera del nº 300 del paseo, dicen los empleados de la gasolinera que se detuvo a echar gasolina y fue nada más incorporarse de nuevo a la carretera cuando el artefacto que los terroristas habían colocado en los bajos de vehículo estalló.
Se oyó un estruendo seco e impresionante, acompañado por un fuerte destello amarillo. El vehículo se partió en dos y destrozó el cuerpo de Miguel. Sus restos quedaron esparcidos por los alrededores en un radio de cincuenta metros. La onda expansiva hirió gravemente a Raúl Caballero Linares y Agustín Konya que simplemente pasaban por allí. Los policías y artificieros que llegaron al lugar nunca habían visto un cuerpo así por los efectos de una bomba.
Con estas palabras definió un agente especializado de la Policía las consecuencias del atentado y el poder destructivo del explosivo utilizado.
Se cree que la bomba que había sido adosada por los terroristas bajo el automóvil de Miguel, no estalló en un primer momento- cuando este arrancó su coche en la calle Linneo- por algún fallo en el mecanismo de activación del artefacto o por la inclinación que los etarras habían dado a la bomba.
El teniente de Ingenieros Miguel Peralta Utrera tenía 48 años había nacido el 28 de octubre de 1946 en Medina-Sidonia (Cádiz) y vivía en las casas militares de la zona Virgen del Puerto, cerca del río de Manzanares, una de las áreas más castigadas por ETA durante los últimos años. Estaba casado con María de la Paz Pérez Estudillo. Pertenecía a la escala auxiliar del Ejército de Tierra como teniente de Ingenieros y estaba destinado en el Cuartel General del Mando de Transmisiones Estratégicas de Prado del Rey.
Y esta gasolinera del paseo de Extremadura nº300 fue también víctima de un acto terrorista el día 3 de diciembre de 2004 con la colocación de un artefacto que afortunadamente era de escaso poder explosivo y que se atribuyó la banda terrorista ETA.