El crimen de la encajera

Este acontecimiento que tanta repercusión tuvo en la prensa de los años treinta del siglo pasado, y que los lectores devoraron como una novela por entregas. No fue un hecho más que deba analizarse como sin importancia. Nos encontramos a menos de un año de la proclamación de la II República, las cosas han cambiado, pero no tanto como las demandas populares querían. Pero frente a las penurias económicas y la constante oposición de los privilegiados a ceder parte de su bienestar, se produce una corriente de libertad informativa, que hace de este crimen, un alarde de lo que hasta entonces parecía imposible en la información española. Hay otro factor importante, y digo importante porque determinará la suerte de este caso, me refiero a la abolición de la pena de muerte (exceptuando la jurisdicción militar) por parte de la II República. Este relato es un caso claro de porqué la pena de muerte nunca puede ser utilizada por la justicia.

Quiero aclarar una cosa, muchos me dirán que este crimen nada tiene que ver con nuestro barrio  de El Batán, y quizá no les falte razón a los que lo dicen, ya que el crimen se cometió a pocos metros de lo que hoy es la estación de Metro de Campamento en Aluche. O sea a unos metros también de nuestro barrio, pero ya veréis como de una manera u otra esta zona  de El Batán y Casa de Campo es parte del suceso.

junto al tren de Almorox

Y ahora sí, voy a narraros someramente lo que fue ese crimen y sus connotaciones sociológicas: 

La gente de Madrid se sorprende el lunes 14 de marzo con la noticia en los periódicos, algunos ya lo sabían porque se había corrido la voz de que el domingo se había encontrado el cadáver de una mujer en Carabanchel Bajo. Todo empezó el domingo 13 de marzo de 1932, cuando a las siete de la mañana se presentan en la comisaría de Campamento unos pastores asegurando que junto al tren de Almorox han encontrado el cadáver de una mujer con un corte en la garganta. Se desplazan entonces una patrulla de la Guardia Civil al lugar y unas horas después se presenta el juez municipal de Getafe Ramón Ordaz Salón acompañado de sus habituales para examinar la zona. Los pastores habían llevado a la Guardia Civil hasta el camino llamado Vereda del Soldado, y después de desviarse unos doscientos metros llegan al lugar llamado Prado de Caraque, después de pasar el arroyo que algunos llaman de Luche y también de Caraque y la vía del tren que lleva hasta Almorox. Estamos en Carabanchel Bajo, cerca de Campamento y no muy lejos de la carretera de Extremadura. Esto en un despoblado ocupado por huertas, establos y algunos tejares. Allí tenían el redil las ovejas que cuidaba los pastores Eutiquiano de la Concepción Expósito y Antonio Benito Martín cuando vieron un bulto negro a lo lejos del camino, pensaron los dos que podía tratarse de alguien que necesitara ayuda y allí se fueron a prestarla. Al llegar encontraron un cuerpo tapado con una toquilla. Al destaparlo descubrieron que se trataba del cadáver de una mujer con el cuello cortado. Según el juez diría que por las ropas que vestía la identificaban sin ninguna duda como una aldeana de esas que frecuentaban Madrid y que procedentes de los pueblos toledanos, venían a vender sus productos, la mayoría de las veces bordados de lagartera, tan preciados por la gente de bien. Estas mujeres usaban faldas y medias de colores, corpiños y grandes pañuelos en la cabeza, un modo peculiar de vestir que las diferenciaba a simple vista.

Luciana Rodríguez Narros

El descubrimiento causo impresión en la zona y en pocos tiempo la noticia corrió como la pólvora por todo Carabanchel Bajo. También los militares hicieron correr la noticia por si alguno reconocía a la mujer muerta. Se dio la descripción de la forma en que iba vestida, la edad que aparentaba y que la mujer tenía una verruga en la cara. Resultó que uno de los hijos de la mujer muerta, que estaba haciendo el servicio Militar en Campamento al oír la descripción de la mujer, sobre todo de su manera peculiar de vestir, y lo de la verruga, pensó enseguida que podía tratarse de su madre. Y así fue, se acercó al cementerio de Carabanchel y sus sospechas se confirmaron. Una vez identificado el cadáver por el hijo de la víctima llamado Pedro Alía Rodríguez de 21 años, supimos que la mujer muerta era Luciana Rodríguez Narros de 51 años de edad, natural de Herreruela de Oropesa (Toledo), viuda con seis hijos.

Preguntado por la policía el hijo dio un gran número de detalles sobre Luciana, su madre, dijo que era una mujer desconfiada y un poco austera, que para ahorrarse diez céntimos en el tranvía, se bajaba unas paradas antes de Campamento. Mi madre venía desde el pueblo a Madrid a vender su trabajo de bordados y encajes. Desde un taller de bordados en Herreruela donde trabajaban sus hijas y alguna hermana, vino a Madrid tres días antes y como siempre se alojaba en la posada de la Merced en la Cava Baja 30.

Con este dato, fue allí precisamente en la posada, donde en primer lugar se personó la Guardia Civil a requerir información, allí le contaron que el sábado día doce al medio día se había ido sin decir nada y no había regresado.

Mientras tanto y cuando la noticia llegó hasta el pueblo, los demás hijos de Luciana se pusieron en camino hacia Madrid. Y a Madrid llegaron ese mismo día: Estefanía de 25 años, Telesforo de 24 años, Paulina de 22 años, Felisa de 18 años y el más pequeño Manuel de 14 años. Entre las personas desplazadas a Madrid está una prima de la victima Bienvenida Alía Rico que como ella, era encajera. Bienvenida da a la Guardia Civil una serie de informaciones muy valiosa, ya que ella estuvo con Luciana la mañana anterior al crimen. En su relato al teniente de la guardia civil Don Miguel Ossorio Rivas: Bienvenida le cuenta que Luciana le dijo que había conocido a una persona que le iba a proporcionar una venta importante y que había quedado con esa persona en Puerta Cerrada junto a la cruz. Ella le advirtió de que se anduviera con cuidado. Pero Luciana estaba convencida de la buena fe de esa persona y no veía ningún problema, es más no tuvo la precaución de decirle quien era, por si pasaba algo.

Desde que apareció el cadáver de Luciana, la prensa llevó la noticia a todas las portadas de sus diarios y pasados unos días, el caso tomó una desproporcionada popularidad, y no se hablaba de otra cosa en Madrid.

interrogatorios y registros

Después de las declaraciones obtenidas la guardia civil en principio tuvo claro que el robo era la causa del crimen y en esa hipótesis volcó todas sus investigaciones. El encargado de estas investigaciones fue el teniente Miguel Osorio de la Guardia Civil. Y su labor fue concienzuda; realizó todo tipo de comprobaciones, interrogatorios y registros, logrando reunir abundante información. De ella dedujo primero: que los trabajos que vendía Luciana alcanzaban precios que rondaban las quinientas pesetas cada uno, lo que en aquel tiempo significaba una cantidad apreciable de dinero. Segundo: que examinando cuidadosamente el cadáver se comprobó que presentaba dos heridas en la parte izquierda del cuello, que rompieron la yugular, y que habían sido inferidas por un objeto cortante probablemente de pequeñas dimensiones. Tercero: que el cuerpo de la mujer había sido registrado, una vez caído en el suelo, hasta despojarlo de toda clase de objetos de valor que pudiera llevar. En la zona en la que fue asesinada, un despoblado de tierra húmeda, se apreciaron hasta tres tipos distintos de huellas de pies. Unas correspondían sin lugar a dudas a las alpargatas que llevaba puestas la víctima, otras eran de bota larga, y las terceras, por su pequeño tamaño, podían pertenecer a una mujer. Por tanto las personas que habían dado muerte a la encajera eran dos. Con aquellos datos, el teniente trató de dar satisfacción a cuantos exigían una rápida solución al misterio, pero no era nada fácil.

El teniente Osorio avanzaba paso a paso en su indagación, pero la necesaria lentitud de sus averiguaciones precipitaba la inquietud ciudadana que mostraba su interés en un verdadero aluvión de anónimos, con toda clase de confidencias, que llegaron a abrumar al investigador. El teniente Ossorio se vio obligado a realizar unas manifestaciones públicas para evitar que le siguieran mandando cartas y comunicaciones anónimas con supuestas informaciones sobre el crimen que se había convertido en una intriga muy notoria. El tamaño de la popularidad alcanzada en su tiempo por este suceso obligó a participar en la investigación a la Brigada Criminal que practicó gestiones paralelas a las que llevaba el teniente Osorio.

Las fuerzas policiales efectuaron numerosas detenciones de sospechosos, realizaron pesquisas entre las personas del círculo íntimo de la víctima, se desplazaron al pueblo de la mujer asesinada y recorrieron Madrid descartando posibilidades. Puestas sobre la mesa las pruebas y los sospechosos, todos coincidieron en señalar a dos primos de Luciana, con los que ésta parece ser no se llevaba bien.

implicados en el asesinato

El jueves 15 de marzo declaran ante el juez y el 17 son detenidos los hermanos Leoncio Alia Rico de 34 años, ex sargento de zapadores del ejército y su hermana Bienvenida Alía Rico, que ya había dado explicaciones a la policía. Sometidos a repetidos interrogatorios incurrieron en numerosas contradicciones que hicieron pensar que estaban implicados en el asesinato. Otro motivo fue antiguas desavenencias por amor entre las primas ya que el novio de Bienvenida dejó a esta para casarse con Luciana, esto hizo que nunca tuvieran buenas relaciones. Los indicios circunstanciales contra ellos fueron de tanto peso que el juez de Getafe ordenó su encarcelamiento, el 18 de marzo de 1932 en régimen de incomunicación.

Una vez en la cárcel Bienvenida, que en todo momento se declaraba inocente, enfermó a tal extremo que un mes después, tuvo que ser puesta en libertad provisional bajo fianza, para evitar su agravamiento. Y no solo ella se declaraba inocente, también su hermano, a pesar de los duros interrogatorios mantenía su inocencia.

Estás rápidas detenciones no convencieron plenamente a la opinión pública. De hecho, la prensa las puso en entredicho, pero durante casi cinco meses el asunto permanecería inalterable.

hallaron los perros los bordados

El día uno de junio, los encajes que tanto buscaba la policía, aparecen en la Casa de Campo en la zona  de El Batán, envueltos en unos periódicos, con fecha de abril, lo que hace pensar a la policía que debido a la importancia que se le dio a la aparición de estos bordados, los asesinos decidieron enterrarlos en vez de venderlos, cosa que les hubiera delatado. Es aquí donde vuelve la policía a sospechar del detenido Leoncio Alia, ya que este en su época de militar estuvo destinado en la Casa de Campo y conocía está perfectamente, además del sitio que hallaron los perros los bordados al sitio del crimen apenas había un kilometro. Pero lo que no cuadraba era que el enterramiento (por la fecha del periódico donde estaba envueltos los encajes) se había producido mientras Leoncio estaba en la cárcel.

Para introducir más elementos al caso, el 17 de Junio es asesinado en las proximidades del Paseo de Extremadura en un ventorro próximo a la Casa de Campo el conductor José Arce Sola, la coincidencia con la proximidad del crimen de la encajera hace que la prensa quiera buscar similitudes que luego no se darían, ya que este caso no llegó nunca a resolverse.  

tenían planeado robarle y matarle

Tuvo que llegar el viernes 5 de agosto de 1932 para que se resolviera el caso de la encajera.  Eran las nueve de la mañana de aquel día, cuando dos individuos llamaron a la puerta de una vivienda situada en el Arroyo de las Pavas número 5 en Carabanchel Bajo. Les abrieron sin ningún obstáculo y penetraron en el interior. Cuando apenas habían pasado unos minutos se oyeron ruidos de lucha y gritos de auxilio. Un vecino al escucharlos alarmado por el escándalo salió a la calle con la fortuna de que en esos momentos pasaba un guardia de orden público que alertado se quedó vigilando la casa mientras que el vecino daba aviso a la Guardia Civil. Esta llegó a tiempo para sorprender en el lugar de los hechos a Julián Ramírez Rosas, de veintisiete años natural de Zafra (Badajoz) mecánico de profesión casado con Virginia Alonso Esteban de veinte años embarazada de Julián, y a Leandro Iniesta González, de veinte años soltero y natural de Talavera de la Reina (Toledo) carpintero de profesión, este último estaba escondido debajo de una cama. Acababan de cometer un crimen, el hombre que acababan de asesinar para robarle, y cuyo cuerpo estaba sobre un charco de sangre, fue identificado como Mariano Megino Espinosa, de cuarenta y dos años, nacido en Cubillejo de la Sierra (Guadalajara). Megino era el dueño de una taberna de mala nota situada en la madrileña calle Bastero y se dedicaba a turbios negocios de poca monta, lo que a veces disfrazaba con la compra de chatarra. Era muy conocido en el barrio de la Fuentecilla porque solía hacer ostentación de dinero y joyas que llevaba siempre encima. Según la reconstrucción policial, la mañana de su muerte había sido acompañado hasta la vivienda del Arroyo de las Pavas por Leandro con la excusa de venderle una camioneta para traerle hasta aquel lugar donde tenían planeado robarle y matarle.

Una vez en la casa donde fueron capturados los detenidos, mientras Megino trataba con Julián la compra de la inexistente camioneta, aprovechando que aquel estaba distraído, inmerso en el regateo, este le hizo de repente dos cortes debajo de la barbilla con una afiladísima navaja barbera. La víctima, que no resultó herida de gravedad, se lanzó sobre su agresor a la vez que pedía socorro, produciéndose el alboroto denunciado por los vecinos. Al ver la imposibilidad de su compinche para hacerse con la situación, intervino Leandro sujetando a la víctima, mientras Julián se hacía con un hacha con la que golpeó repetidas veces a Megino hasta dejarlo prácticamente irreconocible.

En sus hábiles interrogatorios posteriores, los policías lograron descubrir que aquellos dos peligrosos individuos eran también los autores del sensacional suceso del “crimen de la encajera”.

Y así le contaron a la guardia civil como sucedieron los hechos de la muerte de la encajera:

El día 11 de marzo, muy temprano, Julián Ramírez trabó amistad con Luciana cuando estaba en un banco del Paseo del Prado, aguardando la llegada de Leandro. Sentada a su lado, Luciana se quejó de lo mal que estaban las cosas y lo difícil que resultaba vender su género. Según dijo, acababa de salir del palacio de Buenavista, sede del Ministerio de la Guerra, y apenas había reunido mil pesetas por todo lo que había vendido cuando siempre sacaba mucho más. Aprovechó entonces Julián para decirle que conocía a una tal “Blasa”, persona de buena posición, a la que seguramente podrían hacerle buenas ventas. Luciana le ofreció una comisión sobre lo que lograran vender y quedaron al día siguiente en Puerta Cerrada para intentarlo.

Al encontrarse con Leandro, Julián le contó su conversación con la encajera, coincidiendo con que este venía muy disgustado por no haber conseguido dinero de una mujer a la que explotaba, por lo que propuso acudir a la cita con la vendedora de encajes para robarle. El 12 de marzo, los dos compinches se subieron a un taxi en la calle Toledo con el que pasaron a recoger a Luciana que se había creído el cuento y esperaba muy confiada. Ni siquiera se sorprendió al verles llegar juntos. Los tres se dirigieron a unas señas confusas que facilitó Julián al coger el taxi para ir de camino a la Colonia de los Ferroviarios, aunque terminaron en un descampado de la llamada Colonia de la Paz, donde abandonaron el coche y los tres siguieron a pie campo a través. El propósito de los delincuentes, que decían conocer bien el camino, era que llegara la noche para acometer su plan. Cuando oscureció, ya a la vista de Campamento, Leandro arrebató el paquete de encajes a la mujer, mientras Julián le echaba su abrigo por la cabeza para impedirle gritar, buscándole el cuello que hirió con un pequeño estilete. Rápidamente le quitaron la cartera que llevaba oculta en la que sólo tenía ciento quince pesetas, así como otros objetos de valor. La víctima se movió en el suelo y Julián volvió tras sus pasos y le asestó un nuevo corte mortal. Luego huyeron hacia el Paseo de Extremadura donde tomaron un taxi para volver a Madrid. Más tarde, asustados por la enorme polvareda informativa levantada por su crimen, decidieron deshacerse del envoltorio de encajes enterrándolo en la Casa de Campo, lugar que frecuentaba Leandro para cazar furtivamente conejos, donde finalmente sería recuperado por un perro policía.

Ante esta declaración de culpabilidad, el día 8 de agosto de 1932 es puesto en libertad Leoncio sin ningún cargo.

28 años de reclusión

El juicio que se celebró un año después, quedó visto para sentencia el día 8 de noviembre de 1933 por la tarde. El juez lee la sentencia a los asesinos: El veredicto condena a Julián Ramírez como autor de un delito de robo y homicidio con las agravantes de nocturnidad desprecio del sexo y otras a la pena principal de 28 años de reclusión. Leandro Iniesta es condenado como autor de un asesinato con alevosía a 26 años de prisión. Los condenados regresan a prisión para cumplir la condena y a la espera del juicio por la muerte de Mariano Megino.