Venta del Santo Negro

Desde aquellas Ventas de Alcorcón se han sucedido otras por este paraje como fue la célebre Venta del Santo Negro que estuvo en la carretera de Extremadura 114. Se llamaba así en honor del admirado imitador de Luis Candelas, Juan Pérez Fernández el Santo Negro, bandolero que acabo sus días con mejor suerte que Luis Candelas recogido por la limosna en un asilo después de mucho tiempo en la cárcel, donde pocos le creían cuando pregonaba sus hazañas.

Y como de si de una premonición se tratara la Venta se hizo muy popular precisamente por un robo que se produjo en ella en la madrugada del miércoles 5 de julio de 1899. Pero mejor que yo, será la mano experta de un periodista de la época el que narre lo sucedido, ya que hace una descripción muy interesante de la forma de vida y del lugar a finales del siglo XIX:

 En el ventorrillo titulado del Santo Negro, establecido en la casa núm. 114 de la carretera de Extremadura, se realizó en las primaras horas de la madrugada de ayer un robo escandaloso, verdadero robo en cuadrilla, la mayoría de cuyos autores permanecen ocultos en el mayor misterio a las veinticuatro horas de cometido el hecho.

Las investigaciones practicadas por la guardia civil y la policía han resultado tan infructuosas, que ni aun se conoce el número exacto de los ladrones que intervinieron en la comisión del delito. Solamente se pudo, a las once de la noche, verificar ayer la detención de dos sujetos, sobre quienes recaen vehementes sospechas. El resto de lo averiguado se reduce, por lo visto, a saber que los ladrones eran cinco o más, lo cual justifica el título con que hemos encabezado esta información.

Se trata, además, de un hecho que bien puede calificarse de robo en despoblado, supuesto que el ventorro en cuestión se halla aislado completamente del resto de los edificios enclavados en la carretera de Extremadura.

El ventorrillo. Es una casa de aspecto modestísimo y de construcción punto menos que primitiva. La trastienda del ventorro está habitada por el yerno de los propietarios del establecimiento, llamado Félix Rubio, de treinta y ocho años, y por su esposa Carmen García, de treinta y siete. Separada por un ligero tabique y sin comunicación interior con el ventorrillo, está la casa habitación ocupada por los dueños de éste, y se compone de una cocina y una alcoba de reducidas proporciones. El mobiliario de ésta se reduce a la cama de matrimonio, en donde dormían los esposos robados en el momento de ser sorprendidos, dos sillas, tres baúles y un arcón de pino, donde guardaban sus ahorros de muchos años las infelices víctimas del robo. El marido se llama Antonio García Lorenzo, y tiene setenta y siete años de edad. La mujer, Aleja Marcos Sevilla, cuenta un año menos que su esposo, hombre de complexión recia y de elevada estatura. La hija de ellos, Carmen, se encuentra completamente sorda desde hace algún tiempo.

El robo.

He aquí cómo se efectuó el robo, según manifestaciones de las víctimas:

Después de cerrar la taberna, a eso de las doce, nos retiramos a descansar -dice el matrimonio-. Habría transcurrido hora y media próximamente, cuando sentimos que en la puerta de la casa se advertían ciertos ruidos sospechosos. En los primeros instantes creímos que los gatos del ventorrillo estaban arañando en la puerta. Los ruidos se hicieron más fuertes, y ya nos daban en qué pensar, cuando sentí -dice García Lorenzo-que varios hombres forzaban la puerta y penetraban atropelladamente en nuestra alcoba. Sin darnos tiempo siquiera para reponernos de la natural sorpresa que nos produjo aquella inesperada visita, se abalanzaron sobre mi tres de los ladrones, navaja en mano, y me maniataron inmediatamente, privándome de toda defensa.

Al no haber modo por la rápida acción con que ejecutaron la operación de atarme las manos, hubiera hecho uso de la escopeta que tengo siempre cargada en la cabecera de la cama. Igual maniobra realizaron otros dos sujetos con mi pobre mujer, amordazándola, además, para impedir que se oyeran las voces que comenzó a dar en demanda de auxilio.

Inmediatamente me obligaron a revelar el sitio donde teníamos guardadas las modestas economías, producto de toda una existencia de sacrificio y de trabajo.

No tuvo más remedio que ceder a sus amenazas, y entonces forzaron con una palanqueta el arcón, llevándose todo el dinero que poseíamos, unos mil reales en monedas de cinco pesetas y veintiséis billetes de 20 duros.

Realizado, el robó, salieron huyendo de la habitación, dejándonos atados de pies y manos y después de haberme tapado la boca con unos trapos.

En aquél momento sonó un tiro.

Mientras se ocupaban en abrir el arca dos de los bandidos, los restantes se dedicaron a saquear la alcoba, llevándose cuantas ropas y objetos de valor encontraron en los baúles.

Así permanecimos algún tiempo, imposibilitados para todo movimiento, hasta que mi yerno vino a desatarnos.

Poco después se presentó la guardia civil, a quien referimos en pocas palabras lo ocurrido.

Félix Rubio se había despertado al oír los gritos que dio su suegra al comienzo de la terrible escena. Saltó de la cama, y como el ventorro -según decimos antes- no tiene comunicación interior con la vivienda de los viejos, tuvo que salir a la calle para enterarse de lo que sucedía.

Un individuo que estaba apostado enfrente del ventorro, le dijo, amenazándole con una escopeta:

Si das un paso más o pronuncias una palabra, té mato.

Quise penetrar en la casa, a pesar de todo, y el desconocido disparó el arma -dice Félix-.

Al oír la detonación, y como si ésta fuese una señal de alarma ya convenida, salieron varios hombres de la habitación de mis suegros, apelando a la fuga y dispersándose por el campo.

La huida

A los pocos minutos se presentó allí un vigilante de consumo, que habla acudido al oír el disparo, creyendo que se trataba de algún matute.

Le expliqué lo que yo sabía de lo ocurrido, pues hasta entonces sólo había tenido tiempo para desatar a mis sueros, y el vigilante corrió a dar aviso de todo ello al puesto de la Guardia Civil, situado a regular distancia del ventorro.

La mujer -de Félix no llegó a enterarse de nada, por la razón ya dicha de estar sorda completamente. Lo extraño del caso es que tampoco oyeran nada unos hiladores que dormían en las eras situadas junto al ventorrillo de El Santo Negro.

Los detenidos.

El delegado de vigilancia del distrito de la Audiencia, Sr. Duarte, y el inspector D. José Ruiz, no había conseguido a las dos y media de esta madrugada averiguar absolutamente nada respecto a quiénes pudieran ser los autores del robo.

Más afortunada que la policía fue la guardia civil, que desde los primeros momentos se puso a trabajar para el esclarecimiento del hecho y la captura de los audaces cuadrilleros.

El teniente do la benemérita D. Ramón García, con el cabo a sus órdenes Gonzalo Careaga, se ha presentado a las dos de la madrugada en el juzgado instructor de guardia. En calidad de detenidos los acompañaban Bernardino Romero Valdivielso, a quien capturaron anoche en el lugar conocido con el nombre de vertedero de la Villa, situado en la carretera de Extremadura, y Juan Yuste Fernández, que habita en la calle del Labrador, núm. 8, donde fue detenido poco después.

Con ellos iba una mujer llamada Vicenta Rodrigo Ortiz, que vive en compañía del últimamente citado.

El teniente Sr. García hizo entrega del atestado correspondiente, en el cual se especifican los hechos.