
Sin discusión el hecho más renombrado que tuvo lugar en este sitio fue el duelo que a continuación relataré. No fue este el único duelo, se tiene constancia de al menos unos doce que trascendieron a la opinión pública por su relevancia: Toreros, políticos, desairados de amor o poseídos por los celos, allí se batían en prohibidos enfrentamientos que algunas veces terminaban en muerte. Esta zona de Madrid, las Ventas de Alcorcón, sustituyó en importancia a los duelos celebrados, a la rivera del Manzanares junto al puente Segovia. Allí estaba el Campo de la Verdad, donde después de lanzar el guante y con el beneplácito de las autoridades se enfrentaban en salvaje duelo, los que presumían de civilizados, señoritos arrogantes y orgullosos que ponían en juego sus vidas por cualquier motivo donde el honor mancillado era más importante que la vida.
La desventurada historia
El sábado 12 de marzo de 1870, a las nueve de la mañana tuvo lugar en las Ventas de Alcorcón, uno de los episodios que más influencia tuvieron en la historia de España. Allí perdió la posibilidad de ser rey Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, que sería con el tiempo padre de la reina María de las Mercedes de Orleáns esposa del rey Alfonso XII. La desventurada historia de estos dos personajes la comenzaré presentado a sus dos principales actores y las circunstancias que la precedieron o desencadenaron.
Destronada la reina Isabel II por el general Prim, cuando se estaba mirando la posibilidad de un nuevo monarca que sería Amadeo de Saboya, se ve un claro candidato en Antonio María Felipe de Orleans, duque de Montpensier, antiguo general del ejército francés y capitán general del ejército español. Era el más joven y querido hijo del Rey Luis Felipe I de Francia y había nacido el 31 de julio de 1824 en Neuilly-sur-Seine villa de las afueras en París. En esos días, el de Orleáns tuvo un intercambio de palabras escritas en la prensa con el Infante Enrique María Fernando de Borbón, nacido en Madrid el 17 de abril de 1823, educado en el colegio de Enrique IV de París y casado morganáticamente en Roma con Elena de Castellyi y Shely Fernández de Córdova. El carácter del infante y sus ideas avanzadas fueron causa de que sus relaciones con la familia no fueran buenas y le ocasionaran destierros y separaciones. Estos intercambios epistolares a través de la prensa, pusieron frente a frente a los dos hombres.
la logia masónica
Pertenecía el Infante Enrique María Fernando de Borbón a la logia masónica y mantenía relaciones con los grandes agitadores, y de cuando en cuando daba a la Estampa -revista de la época- escritos que ponían en evidencia sus tendencias radicales.
Una vez presentados los dos personajes, os pondré al tanto de cómo estaba la situación política en esta época.
El año 1870 había recibido la herencia de las revoluciones anteriores, por lo que tuvo un comienzo muy agitado, y las batallas que se reñían en el Parlamento llevaban a las calles el alboroto, fruto de las intrigas que se urdían en el interior de los clubs y de las logias, y mientras los orleanistas rodeaban al duque francés, la gente avanzada iba y venía al caserón de la costanilla de los Ángeles donde vivía modestamente el infante don Enrique, a quien su hermano Francisco de Asís esposo de Isabel II corría con los gastos de su alojamiento.
En estas circunstancias fue cuando apareció un buen día el famoso escrito del infante, terrible diatriba contra el de Montpensier, que conmovió hondamente a la opinión y que tan funestas consecuencias acarreó a su autor.
No se mordió la lengua el de Borbón al señalar la persona a quien iba dirigido el manifiesto, que terminaba con la bomba final: “Montpensier representa el nudo de la conspiración orleanista contra el Emperador Napoleón III, conspiración en que entraron ciertos españoles de elevada clase; pero que sepan estos conspiradores de Francia y de España que caída la dinastía imperial no la heredarían los Orleans, sino “Rochefort”, o, lo que es lo mismo, la República Francesa…
“Y sepan también que en España el esclarecido Espartero es el hombre de prestigio y el objeto de la veneración nacional, y de ninguna manera el hinchado pastelero francés…”
Grande fue la conmoción que esto produjo, y mientras unos opinaban que todo ello quedaría en simples palabras, otro, por el contrario, auguraba tremendos acontecimientos.
en el portazgo de las Ventas de Alcorcón
Como consecuencias de los anteriores escritos, a las nueve de la noche de aquel día, 11 de marzo de 1870, se celebraba una reunión en la calle de Alcalá, núm. 70, morada del general Fernando F. de Córdova, estando con este señor el general Alaminos y el coronel don Felipe de Solís Campuzano, en representación del duque de Montpensier, y Emigdio Santamaría, Andrés Ortiz y Federico Rubio, en representación del infante don Enrique.
Examinada la cuestión por ambos representaciones y habiéndole manifestado por la de don Enrique, que éste mantenía su escrito, se redactó el acta de encuentro en condiciones muy graves, y después de comprar unas pistolas en la casa de Hormaechea, Alcalá núm. 5, se decidió que el desafío tuviera lugar al siguiente día en el portazgo de las Ventas de Alcorcón en la carretera de Extremadura.
Y allí llegaron, puntualmente en la fría mañana de aquel día, los interesados, sus padrinos y los doctores Sumsi y Leiva, digiriéndose a la Escuela de Tiro de los Carabancheles, y, obtenida discretamente la venia del comandante jefe de aquel puesto militar “para probar unas pistolas”, ya que los duelos estaban prohibidos, se eligió un lugar próximo al blanco de los tiros de cañón.
Previos los trámites de rigor en estos casos, y después de medir la distancia y colocar a los combatientes, todo quedó listo en aquel terreno desigual, al que servían de decoración el espaldón de tiro, unas cuantas casetas y el azul de la sierra, con su mantilla de nieve, que hacía reverberar los rayos del sol.
Ya solos frente a frente los dos adversarios, suenan unas secas palmadas, y a la tercera dispara el infante, y luego Montpensier, con resultado nulo: vuelven a cargarse las armas, dispara de nuevo el infante, y hace lo propio el duque, cuya bala, dando entre la caja y la llave de la pistola del de Borbón, se partió en dos: media quedó incrustada entra los muelles, y la otra mitad, chocando en la levita, por encima de la clavícula derecha, rompió el paño, sin penetrar en el chaleco.
Acuden solícitos padrinos y médicos; el Infante asegura que está ileso, y después de desoír al general Alaminos, que quería dar por terminado el duelo, se procede a cargar de nuevo las armas en medio de un silencio trágico.
la bala de Orleans quitó la vida al infante
Se oye a los pocos instantes la detonación del disparo de don Enrique, y seguidamente la de Montpensier, y entonces se ve al infante girar con rápido quiebro y voltereta y caer de un lado, rebotando en el suelo, donde quedó en posición boca arriba, siendo tan violento al caer el retorcimiento de un pie, que la bota quedó casi descalzada.
Reconocido el Infante por los doctores Sumsi, Leiva y Rubio, resultó tener una herida penetrante en la región temporal derecha; las arterias temporales estaban rotas: la masa cerebral, perforada; la vida de relación y de sensibilidad, abolida, y la respiración, estertorosa; a los pocos segundos, el infante era un cadáver.
El de Orleáns acogió la tragedia con gran desesperación, y dejando caer sus lentes sobre el pecho, se llevó las manos a la cabeza, pronunciando algunas palabras doloridas y maldiciendo al destino que le había hecho matar a un individuo de la familia Real de España, hermano del Rey consorte, cuñado y primo de la Reina y tío del inocente don Alfonso.
Y como escribió el insigne Galdos: “Si la bala de Orleans quitó la vida al infante, la bala de Borbón, perdida en el espacio, se llevó la corona de Isabel, que ya el esposo de Luisa Fernanda creía poder encasquetar en su cabeza…”
Desde el campamento de los Carabancheles regresaba una hora después a Madrid una triste comitiva, que hacia alto en la plazoleta de Santa Catalina de los Donados, y el cuerpo inerte del Infante fue subido al viejo caserón del número 3 de la costanilla de los Ángeles.
En la entrada de la calle por la parte de la del Arenal seagrupaba la gente, interrumpiendo el tránsito, así como en la plazuela de los Donados, y la gente comentaba vivamente el “triste suceso”.
Desde aquel momento quedó depositado el cuerpo en una cama imperial de la sacramental de San Isidro, en el centro de un modesto salón. El cadáver del infante estaba vestido con el uniforma de vicealmirante. En la cabecera se veía el escudo con las armas reales, y debajo de este, un paño bordado con signos masónicos, entre los que destacaba, bordado en oro, el número 33.
En los ángulos de aquel salón, de desnudas paredes, hacían guardia cuatro individuos con bandas y mandil, empuñando desnudas espadas. Este alarde masónico dio mucho que hablar, así como la ausencia que se notó al día siguiente, en que se verificó el entierro, de la clase aristocrática, de sus compañeros de la Armas y hasta, de muchos personajes de los que comulgaban en sus mismas ideas.
En la negra carroza, llevando sobre la caja la espada y sombrero de almirante, desfiló el cadáver del infortunado infante entre filas de curiosos, con desairado acompañamiento, hacia la Sacramental, y a falta de salvas pomposas se pronunciaron al darle tierra algunos discursos enconados, que la gente oyó, dispensándose cabizbaja.
Periódico EL PUEBLO – domingo día 13 de marzo de 1870.
Se asegura que esta mañana ha tenido lugar en las Ventas de Alcorcón el desafío pendiente entre el duque de Montpensier y el infante donEnrique, y que este ha sido muerto por aquel de un balazo en la cabeza.
Lamentamos estos sucesos que nos recuerdan las costumbres de la Edad Media.
El señor duque de Montpensier está, pues, condenado por la ley penal a cuatro años de extrañamiento.
Por estas Ventas pasaron desde los reyes a Goya, Marconi, Leopoldo Torres Quevedo, allí se detenían todos los toreros antes de torear en Madrid, ya que a poca distancia en el lugar que hoy ocupa Sur-Batán estaban los establos donde se recogían a los toros que más tarde se lidiaba en las corridas de Madrid y Carabanchel.

Del nombre sólo queda la subestación eléctrica con el nombre de La Venta de Alcorcón que ahora se ha desmontado en superficie y que inexplicablemente se le ha cambiado el nombre por error poniendo Venta del Batán, que es una instalación de 1950 dentro de la Casa de Campo que servía para exhibir toros de lidia.