LAS VENTAS DE ALCORCÓN

Grabado del siglo XIX de las Ventas de Alcorcón
Cuadro de Goya donde vemos la Venta Nueva de Alcorcón

Si pretendemos conocer la historia de este lugar llamado El Batán, es obligado saber la importancia que tuvieron sus ventas y sobre todo las Ventas de Alcorcón por los acontecimientos históricos que allí sucedieron.

Las Ventas de Alcorcón estuvieron situadas en la Carretera de Extremadura hasta bien entrado el siglo XX, aunque en los últimos años habían caído en un abandono por culpa de los nuevos tiempos.

Pero como dije hay que ser un aguerrido aventurero para adentrarse por estos caminos imposibles, que entre la modernidad y el pasado, aún conservan restos -una casucha- que evocan las antiguas Ventas, casucha que fue de peones camineros y que en 2017 fue derribada por los que no se preguntan ¿Para qué hay que conservar el pasado? Las Ventas de Alcorcón formaban parte del portazgo de las Ventas de Alcorcón.

Pocas imágenes y ninguna fotografía que yo conozca, nos han llegado de ese sitio, salvo ese grabado de una revista de la época, que en un marco de madera y cristal conservo en mi escritorio y el cuadro que pintó Goya.

Como dije ya no queda nada; el avance de los tiempos y su estrechez de miras nos despojó no sólo de las Ventas de Alcorcón, sino del lugar que ocuparon y por lo mismo de su nombre.

Hay que recordar los sitios que en su momento fueron el germen del lugar que ahora ocupamos y dejar testimonio de esos nombres que deberían recordarse en la posteridad, en vez de poner nombres sin ninguna referencia a calles y plazas de nuestras colonias.

Quiero recordaros que el Paseo de Extremadura, hasta el acuerdo municipal del 8 de noviembre de 1912 era más conocido en toda su extensión, desde el Puente de Segovia donde nacía, como carretera de las Ventas de Alcorcón o Altos de las Ventas de Alcorcón. Ya desde antiguo se orientaba al caminante que procedente de otras tierras se adentraba a Madrid o salía de de la capital por la Carretera de Extremadura: se decía que las Ventas de Alcorcón y su portazgo estaban a una legua de la capital, lo que equivalía a una hora de camino a pie desde Madrid y en esos 5.200 metros no han cambiado con el tiempo.

Y ahora os quiero transmitir si ello fuera posible, un tanto de amor por estos parajes. Y como dicen que sólo se ama aquello que conocemos. Pues empecemos por conocer lo que en esos lugares ocurrió y que llevaría a las Ventas de Alcorcón a pasar a la historia, no sólo de Madrid, sino de España. Os invito a un viaje emocionante y desconocido, un viaje que empieza en el extremo oeste de El Batán.

Se prohibió los puestos de vinos

Las primeras referencias documentales que tenemos de estas ventas son anteriores al año 1585, cuando reinaba Felipe II, ese rey que inició lo que después sería la Casa de Campo que ahora conocemos. En un expediente de ese año, se autoriza a vender vino y comestible en la Venta de Alcorcón. Diré que en esos años sólo se trataba de una venta. Después con el tiempo, a la vieja se unió la nueva y alguna más, que pintó Goya, dado el privilegiado sitio que ocupaban. Pero la Venta de Alcorcón debió de estar muchos años antes, ya que en su proximidad estaba el camino que de los Carabancheles iba a los pueblos del norte; Húmera, Pozuelo, Aravaca etc. Camino anterior a la existencia del propio Madrid.

Hay que reseñar que sin embargo estas Ventas tan populares en Madrid tuvieron su mayor esplendor cuando el 11 de julio del año 1735 el rey Felipe V hace expedir un decreto Real: prohibiendo absolutamente la venta de vinos en la circunferencia de Madrid y sus hijos, primero Fernando VI y después Carlos III, lo siguieron manteniendo y lo hacen extensivo a la Casa de Campo. Se prohibió los puestos de vinos y se creó una Ronda Volante para celar el cumplimiento de dicha prohibición. La orden prohibía la venta de vino a menos de dos leguas de la capital y aunque las Ventas de Alcorcón estaban a una legua de la capital, su pertenencia a Carabanchel Bajo la eximen de tal cumplimiento. Así surgieron alrededor de la capital incontables Ventas. Las gentes, hombres y mujeres subían a diario por el camino de las Ventas de Alcorcón a beber vino y los que entraban en Madrid antes, hacían acopio de bebida. La ley pretendía evitar los repetidos escándalos, reyertas con heridos y muertos que la ingesta de alcohol producía en la capital.

las cadenas del Portazgo

Sin embargo los tiempos cambian y las ventas entran en declive y así vemos como ya en el año 1917 se decía que a poca distancia de Madrid, se encontraban unos viejos caserones y unas medio derruidas paredes; que eran de las famosas «Ventas de Alcorcón», cuyas tapias servían para sostener las cadenas del Portazgo.

Si quieres saber algo sobre los portazgos te diré que era el sitio donde se recaudaban un impuesto o tasa, tanto para personas como mercancías, para acceder a Madrid o salir de ella. Sería como una aduana con peaje y así lo refleja este antiguo escrito: …tropieza ya con el Portazgo de las Ventas de Alcorcón que le detiene más ó menos tiempo, según el trabajo o la calma y el buen humor de los dependientes.” Estos impuestos -teóricamente- eran luego utilizados para el arreglo de los camino y se daba la circunstancia que para llega a Navalcarnero se debían de pasar hasta tres portazgos. En todos los fielatos de Madrid se recaudaba en el año1890, al día, unos 350 € lo que eran unas 58.216 pesetas.

En épocas de esplendor, los portazgos y las ventas eran lugares donde se cerraban negocios o servían de referencia para quedar o dejar algún aviso, incluso en ellos se ponían los manifiestos o escritos que dirigían los gobernantes al pueblo.

la Puerta de las Ventas de Alcorcón

Los atardeceres calurosos de julio, se rebajan con el frescor de los árboles y arroyos de la Casa de Campo que se escapar como un regalo fuera de la finca. La valla no es barrera suficiente para que el olor de la naturaleza no sea capaz de traspasarla. A veces subiendo por el camino hacia las Ventas de Alcorcón a uno le apetecería sólo tener mirada para esta parte derecha del camino. Estas sensaciones no escapan a Reyes, Prelados ni a gente trabajadora y pobre. Dicen por eso que los reyes se cuidan de no pasar por este camino de Badajoz cuando se desplazan a los Carabancheles o más allá. Así que lo hacen desde palacio por la Casa de Campo para salir de ella por la Puerta de las Ventas de Alcorcón que les evita el trance del camino desigual y los malos olores y mosquitos de los estiercos que tanto abundan.

Este relato del siglo XIX contrasta con este otro, más romántico y novelesco de la misma época:

«El crepúsculo de una mañana del mes de abril lucha indeciso en las puertas de Oriente, cuando dos jinetes, cruzando el Puente de Segovia, caminan al trote de sus caballos por la hermosa carretera que conduce a las Ventas de Alcorcón.»

Duelo en las Ventas de Alcorcón

Sin discusión el hecho más renombrado que tuvo lugar en este sitio fue el duelo que a continuación relataré. No fue este el único duelo, se tiene constancia de al menos unos doce que trascendieron a la opinión pública por su relevancia: Toreros, políticos, desairados de amor o poseídos por los celos, allí se batían en prohibidos enfrentamientos que algunas veces terminaban en muerte. Esta zona de Madrid, las Ventas de Alcorcón, sustituyó en importancia a los duelos celebrados, a la rivera del Manzanares junto al puente Segovia. Allí estaba el Campo de la Verdad, donde después de lanzar el guante y con el beneplácito de las autoridades se enfrentaban en salvaje duelo, los que presumían de civilizados, señoritos arrogantes y orgullosos que ponían en juego sus vidas por cualquier motivo donde el honor mancillado era más importante que la vida.

La desventurada historia

El sábado 12 de marzo de 1870, a las nueve de la mañana tuvo lugar en las Ventas de Alcorcón, uno de los episodios que más influencia tuvieron en la historia de España. Allí perdió la posibilidad de ser rey Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, que sería con el tiempo padre de la reina María de las Mercedes de Orleáns esposa del rey Alfonso XII. La desventurada historia de estos dos personajes la comenzaré presentado a sus dos principales actores y las circunstancias que la precedieron o desencadenaron.

Destronada la reina Isabel II por el general Prim, cuando se estaba mirando la posibilidad de un nuevo monarca que sería Amadeo de Saboya, se ve un claro candidato en Antonio María Felipe de Orleans, duque de Montpensier, antiguo general del ejército francés y capitán general del ejército español. Era el más joven y querido hijo del Rey Luis Felipe I de Francia y había nacido el 31 de julio de 1824 en Neuilly-sur-Seine villa de las afueras en París. En esos días, el de Orleáns tuvo un intercambio de palabras escritas en la prensa con el Infante Enrique María Fernando de Borbón, nacido en Madrid el 17 de abril de 1823, educado en el colegio de Enrique IV de París y casado morganáticamente en Roma con Elena de  Castellyi y Shely Fernández de Córdova. El carácter del infante y sus ideas avanzadas fueron causa de que sus relaciones con la familia no fueran buenas y le ocasionaran destierros y separaciones. Estos intercambios epistolares a través de la prensa, pusieron frente a frente a los dos hombres.

la logia masónica

Pertenecía el Infante Enrique María Fernando de Borbón a la logia masónica y mantenía relaciones con los grandes agitadores, y de cuando en cuando daba a la Estampa -revista de la época- escritos que ponían en evidencia sus tendencias radicales.

Una vez presentados los dos personajes, os pondré al tanto de cómo estaba la situación política en esta época.

El año 1870 había recibido la herencia de las revoluciones an­teriores, por lo que tuvo un comienzo muy agitado, y las batallas que se re­ñían en el Parlamento llevaban a las calles el alboroto, fruto de las intrigas que se urdían en el inte­rior de los clubs y de las logias, y mientras los orleanistas rodeaban al duque francés, la gente avanza­da iba y venía al caserón de la costanilla de los Ángeles donde vi­vía modestamente el infante don Enrique, a quien su hermano Francisco de Asís esposo de Isabel II corría con los gastos de su alojamiento.

En estas circunstancias fue cuando apareció un buen día el fa­moso escrito del infante, terrible diatriba contra el de Montpensier, que conmovió hondamente a la opi­nión y que tan funestas consecuen­cias acarreó a su autor.

No se  mordió  la lengua el de Borbón   al   señalar   la   perso­na a quien iba dirigido el mani­fiesto, que terminaba con la bom­ba  final:   «Montpensier  representa el nudo de la conspiración orleanista contra el Emperador Napoleón III, conspiración en que entraron ciertos españoles de elevada clase; pero   que   sepan estos conspiradores    de   Francia   y   de España que caída la dinastía imperial   no   la   heredarían   los   Orleans, sino «Rochefort», o, lo que es lo mismo, la República Francesa…

“Y sepan también que en España el esclarecido Espartero es el hom­bre de prestigio y el objeto de la veneración nacional, y de ninguna manera el hinchado pastelero francés…»

Grande fue la conmoción que esto produjo, y mientras unos opinaban que todo ello quedaría en simples palabras, otro, por el contrario, auguraba tremendos acontecimientos.

en el portazgo de las Ventas de Alcorcón

Como consecuencias de los anteriores escritos, a las nueve de la noche de aquel día, 11 de marzo de 1870, se celebraba una reunión en la calle de Alcalá, núm. 70, morada del general Fernando F. de Córdova, estando con este señor el general Alaminos y el co­ronel don Felipe de Solís Campuzano, en representación del duque de Montpensier, y Emigdio Santamaría, Andrés Ortiz y Federico Rubio, en representación del in­fante don Enrique.

Examinada la cuestión por am­bos representaciones y habiéndole manifestado por la de don En­rique, que éste mantenía su escrito, se redactó el acta de encuentro en condiciones muy graves, y después de comprar unas pistolas en la casa de Hormaechea, Alca­lá núm. 5, se decidió que el desa­fío tuviera lugar al siguiente día en el portazgo de las Ventas de Alcorcón en la carretera de Extremadura.

Y allí llegaron, puntualmente en la fría mañana de aquel día, los interesados, sus padrinos y los doctores Sumsi y Leiva, digiriéndose a la Escuela de Tiro de los Carabancheles, y, obtenida discre­tamente la venia del comandante jefe de aquel puesto militar «pa­ra probar unas pistolas», ya que los duelos estaban prohibidos, se eligió un lugar próximo al blanco de los tiros de cañón.

Previos los trámites de rigor en estos casos, y después de medir la distancia y colocar a los com­batientes, todo quedó listo en aquel terreno desigual, al que servían de decoración el espaldón de tiro, unas cuantas casetas y el azul de la sierra, con su mantilla de nieve, que hacía reverberar los rayos del sol.

Ya solos frente a frente los dos adversarios, suenan unas secas palmadas, y a la tercera dispara el infante, y luego Montpensier, con resultado nulo: vuelven a car­garse las armas, dispara de nue­vo el infante, y hace lo propio el duque, cuya bala, dando entre la caja y la llave de la pistola del de Borbón, se partió en dos: media quedó incrustada entra los mue­lles, y la otra mitad, chocando en la levita, por encima de la clavícula derecha, rompió el paño, sin pe­netrar en el chaleco.

Acuden solícitos padrinos y médicos; el Infante asegura que está ileso, y después de desoír al general Alaminos, que quería dar por terminado el duelo, se pro­cede a cargar de nuevo las armas en medio de un silencio trágico.

la bala de Orleans quitó la vida al infante

Se oye a los pocos instantes la detonación del disparo de don En­rique, y seguidamente la de Mont­pensier, y entonces se ve al infan­te girar con rápido quiebro y vol­tereta y caer de un lado, rebotando en el suelo, donde quedó en posición boca arriba, siendo tan violen­to al caer el retorcimiento de un pie, que la bota quedó casi des­calzada. 

Reconocido el Infante por los doctores Sumsi, Leiva y Rubio, resultó tener una herida penetrante en la región temporal derecha; las arterias temporales estaban rotas: la masa cerebral, perfora­da; la vida de relación y de sen­sibilidad, abolida, y la respiración, estertorosa; a los pocos segundos, el infante era un cadáver.

El de Orleáns acogió la trage­dia con gran desesperación, y de­jando caer sus lentes sobre el pe­cho, se llevó las manos a la ca­beza, pronunciando algunas pala­bras doloridas y maldiciendo al destino que le había hecho matar a un individuo de la familia Real de España, hermano del Rey con­sorte, cuñado y primo de la Reina y tío del inocente don Alfonso.

Y como escribió el insigne Galdos: «Si la bala de Orleans quitó la vida al infante, la bala de Borbón, perdida en el espacio, se lle­vó la corona de Isabel, que ya el esposo de Luisa Fernanda creía poder encasquetar en su cabeza…»

Desde el campamento de los Carabancheles regresaba una hora después a Madrid una triste comi­tiva, que hacia alto en la plazoleta de Santa Catalina de los Donados, y el cuerpo inerte del Infante fue subido al viejo caserón del núme­ro 3 de la costanilla de los Ángeles.

En la entrada de la calle por la parte de la del Arenal seagrupa­ba la gente, interrumpiendo el tránsito, así como en la plazuela de los Donados, y la gente comen­taba vivamente el «triste suceso».

Desde aquel momento quedó de­positado el cuerpo en una cama imperial de la sacramental de San Isidro, en el centro de un modesto salón. El cadáver del infante es­taba vestido con el uniforma de vicealmirante. En la cabecera se veía el escudo con las armas rea­les, y debajo de este, un paño bor­dado con signos masónicos, entre los que destacaba, bordado en oro, el número 33.

En los ángulos de aquel salón, de desnudas paredes, hacían guar­dia cuatro individuos con bandas y mandil, empuñando desnudas es­padas. Este alarde masónico dio mucho que hablar, así como la au­sencia que se notó al día siguien­te, en que se verificó el entierro, de la clase aristocrática, de sus com­pañeros de la Armas y hasta, de muchos personajes de los que co­mulgaban en sus mismas ideas.

En la negra carroza, llevando sobre la caja la espada y sombrero de almirante, desfiló el cadáver del infortunado infante entre filas de curiosos, con desairado acompaña­miento, hacia la Sacramental, y a falta de salvas pomposas se pro­nunciaron al darle tierra algunos discursos enconados, que la gente oyó, dispensándose cabizbaja. 

Periódico EL PUEBLOdomingo día 13 de marzo de 1870. 

Se asegura que esta mañana ha tenido lugar en las Ventas de Alcorcón el desafío pendiente entre el du­que de Montpensier y el infante donEnrique, y que este ha sido muerto por aquel de un balazo en la cabeza.

Lamentamos estos sucesos que nos recuerdan las costumbres de la Edad Media.

El señor duque de Montpensier está, pues, condena­do por la ley penal a cuatro años de extrañamiento.

Por estas Ventas pasaron desde los reyes a Goya, Marconi, Leopoldo Torres Quevedo, allí se detenían todos los toreros antes de torear en Madrid, ya que a poca distancia en el lugar que hoy ocupa Sur-Batán estaban los establos donde se recogían a los toros que más tarde se lidiaba en las corridas de Madrid y Carabanchel.

Venta del Santo Negro

Desde aquellas Ventas de Alcorcón se han sucedido otras por este paraje como fue la célebre Venta del Santo Negro que estuvo en la carretera de Extremadura 114. Se llamaba así en honor del admirado imitador de Luis Candelas, Juan Pérez Fernández el Santo Negro, bandolero que acabo sus días con mejor suerte que Luis Candelas recogido por la limosna en un asilo después de mucho tiempo en la cárcel, donde pocos le creían cuando pregonaba sus hazañas.

Y como de si de una premonición se tratara la Venta se hizo muy popular precisamente por un robo que se produjo en ella en la en la madrugada del miércoles 5 de julio de 1899. Pero mejor que yo, será la mano experta de un periodista de la época el que narre lo sucedido, ya que hace una descripción muy interesante de la forma de vida y del lugar a finales del siglo XIX:

 En el ventorrillo titulado del Santo Negro, establecido en la casa núm. 114 de la carretera de Extremadura, se realizó en las primaras horas de la madrugada de ayer un robo escandaloso, verdadero robo en cuadrilla, la mayoría de cuyos autores permanecen ocultos en el mayor misterio a las veinticuatro horas de cometido el hecho.

Las investigaciones practicadas por la guardia civil y la policía han resultado tan infructuosas, que ni aun se conoce el número exacto de los ladrones que intervinieron en la comisión del delito. Solamente se pudo, a las once de la noche, verificar ayer la detención de dos sujetos, sobre quienes recaen vehementes sospechas. El resto de lo averiguado se reduce, por lo visto, a saber que los ladrones eran cinco o más, lo cual justifica el título con que hemos encabezado esta información.

Se trata, además, de un hecho que bien puede calificarse de robo en despoblado, supuesto que el ventorro en cuestión se halla aislado completamente del resto de los edificios enclavados en la carretera de Extremadura. El ventorrillo. Es una casa de aspecto modestísimo y de construcción punto menos que primitiva. La trastienda del ventorro está habitada por el yerno de los propietarios del establecimiento, llamado Félix Rubio, de treinta y ocho años, y por su esposa Carmen García, de treinta y siete. Separada por un ligero tabique y sin comunicación interior con el ventorrillo, está la casa habitación ocupada por los dueños de éste, y se compone de una cocina y una alcoba de reducidas proporciones. El mobiliario de ésta se reduce a la cama de matrimonio, en donde dormían los esposos robados en el momento da ser sorprendidos, dos sillas, tres baúles y un arcón de pino, donde guardaban sus ahorros de muchos años las infelices víctimas del robo. El marido se llama Antonio García Lorenzo, y tiene setenta y siete años de edad. La mujer, Aleja Marcos Sevilla, cuenta un año menos que su esposo, hombre de complexión recia y de elevada estatura. La hija de ellos, Carmen, se encuentra completamente sorda desde hace algún tiempo.

El robo.

He aquí cómo se efectuó el robo, según manifestaciones de las víctimas:

Después de cerrar la taberna, a eso de las doce, nos retiramos a descansar -dice el matrimonio-. Habría transcurrido hora y media próximamente, cuando sentimos que en la puerta de la casa se advertían ciertos ruidos sospechosos. En los primeros instantes creímos que los gatos del ventorrillo estaban arañando en la puerta. Los ruidos se hicieron más fuertes, y ya nos daban en qué pensar, cuando sentí -dice García Lorenzo-que varios hombres forzaban la puerta y penetraban atropelladamente en nuestra

alcoba. Sin darnos tiempo siquiera para reponernos de la natural sorpresa que nos produjo aquella inesperada visita, se abalanzaron sobre mi tres de los ladrones, navaja en mano, y me maniataron inmediatamente, privándome de toda defensa.

Al no haber modo por la rápida acción con que ejecutaron la operación de atarme las manos, hubiera hecho uso de la escopeta que tengo siempre cargada en la cabecera de la cama. Igual maniobra realizaron otros dos sujetos con mi pobre mujer, amordazándola, además, para impedir que se oyeran las voces que comenzó a dar en demanda de auxilio.

Inmediatamente me obligaron a revelar el sitio donde teníamos guardadas las modestas economías, producto de toda una existencia de sacrificio y de trabajo.

No tuvo más remedio que ceder a sus amenazas, y entonces forzaron con una palanqueta el arcón, llevándose todo el dinero que poseíamos, unos mil reales en monedas de cinco pesetas y veintiséis billetes de 20 duros.

Realizado, el robó, salieron huyendo de la habitación, dejándonos atados de pies y manos y después de haberme tapado la boca con unos trapos.

En aquél momento sonó un tiro. Mientras se ocupaban en abrir el arca dos de los bandidos, los restantes se dedicaron a saquear la alcoba, llevándose cuantas ropas y objetos de valor encontraron en los baúles. Así permanecimos algún tiempo, imposibilitados para todo movimiento, hasta que mi yerno vino a desatarnos.

Poco después se presentó la guardia civil, a quien referimos en pocas palabras lo ocurrido.

Félix Rubio se había despertado al oír los gritos que dio su suegra al comienzo de la terrible escena. Saltó de la cama, y como el ventorro -según decimos antes- no tiene comunicación interior con la vivienda de los viejos, tuvo que salir a la calle para enterarse de lo que sucedía.

Un individuo que estaba apostado enfrente del ventorro, le dijo, amenazándole con una escopeta:

-Si das un paso más o pronuncias una palabra, té mato.

Quise penetrar en la casa, a pesar de todo, y el desconocido disparó el arma -dice Félix.

Al oír la detonación, y como si ésta fuese una señal de alarma ya convenida, salieron varios hombres de la habitación de mis suegros, apelando a la fuga y dispersándose por el campo.

La huida

A los pocos minutos se presentó allí un vigilante de consumo, que habla acudido al oír el disparo, creyendo que se trataba de algún matute.

Le expliqué lo que yo sabía de lo ocurrido, pues hasta entonces sólo había tenido tiempo para desatar a mis sueros, y el vigilante corrió a dar aviso de todo ello al puesto de la Guardia Civil, situado a regular distancia del ventorro.

La mujer -de Félix no llegó a enterarse de nada, por la razón ya dicha de estar sorda completamente. Lo extraño del caso es que tampoco oyeran nada unos hiladores que dormían en las eras situadas junto al ventorrillo de El Santo Negro.

Los detenidos.

El delegado de vigilancia del distrito de la Audiencia, Sr. Duarte, y el inspector D. José Ruiz, no había conseguido a las dos y media de esta madrugada averiguar absolutamente nada respecto a quiénes pudieran ser los autores del robo.

Más afortunada que la policía fue la guardia civil, que desde los primeros momentos se puso a trabajar para el esclarecimiento del hecho y la captura de los audaces cuadrilleros.

El teniente do la benemérita D. Ramón García, con el cabo a sus órdenes Gonzalo Careaga, se ha presentado a las dos de la madrugada en el juzgado instructor de guardia. En calidad de detenidos los acompañaban Bernardino Romero Valdivielso, a quien capturaron anoche en el lugar conocido con el nombre de vertedero de la Villa, situado en la carretera de Extremadura, y Juan Yuste Fernández, que habita en la calle del Labrador, núm. 8, donde fue detenido poco después.

Con ellos iba una mujer llamada Vicenta Rodrigo Ortiz, que vive en compañía del últimamente citado.

El teniente Sr. García hizo entrega del atestado correspondiente, en el cual se especifican los hechos.


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