José Viloria Rosado

El cobrador del tranvía de la línea 53

Quiero que mires hacia atrás que viajes al año 1928, y así poder presentarte a una persona a la que admiro; se llama José Viloria Rosado, es andaluz afincado en Madrid, nació en 1890 en Arcos de la Frontera (Cádiz).

Se gana la vida como cobrador nº 164 en los tranvías de Madrid.

No es José Viloria un ciudadano cualquiera y te lo voy a demostrar. Vive en la calle Juan Antón nº 39 una de esas calles que nacen en el Paseo de Extremadura.

Su trabajo como cobrador del tranvía de la línea 53, línea que circulaba ya hasta la Puerta del Ángel pero desde el 20 de febrero de 1928 ha prolongado su trayecto desde la Puerta del Ángel a Cuatro Vientos. Tranvía muy importante para esta zona y sobre todo para los soldados que bajan de Campamento a Madrid. Línea que estuvo funcionado hasta el 27 de agosto del año 1963.

José Viloria también dibujaba caricaturas que luego se publicaban en la Revista Transporte, donde critica la nueva línea de la Puerta del Ángel. Así lo vemos en uno de sus dibujos.

La tarea de José Viloria, se desarrolla entre la estatua de Felipe III en la Plaza Mayor, el Puente de Segovia, el Paseo de Extremadura, los tejares de El Batán y los cuarteles de Campamento y Cuatro Vientos.

No resultaba fácil ser cobrador de este tranvía ya que tiene unas tarifas muy variadas y especiales; su trayecto es de 8.476 metros desde la Plaza Mayor hasta Cuatro Vientos y a efecto de tarifas se dividía en cinco tramos: A diez céntimos de peseta cada uno.

Plaza Mayor-Puerta del Ángel, Puerta del Ángel-Término, Término-Portazgo, Portazgo-Campamento y Campamento-Cuatro Vientos.

Además existían una tarifa para soldados con uniforme de 30 céntimos.

José Viloria no sólo vende los billetes, sino que vigilaba que cada usuario lleve el que le corresponde, es decir que se baje allí donde dijo que iba.

Este gaditano de 38 años casado y con cinco hijos, gana como cobrador de tranvías 7,50 céntimos al día, con lo que a duras penas logra sacar a su familia adelante, pero no quiero entristeceros con las penurias de la época, porque aún así José se siente privilegiado por tener un puesto de trabajo en una compañía importante.

A estas alturas os preguntaréis el motivo de que os hable de José Viloria, a parte de haber sido un cobrador de una línea de tranvías que pasaba por este lugar.

José Viloria tenía una afición o aficiones a la arqueología y a la paleontología. Y lo hacía a pesar de su familia, que en más de una ocasión amén de tratarle como demente, le tiraba sus preciosas colecciones.

El lugar de interés para sus descubrimientos lo tenía en los tejares que llenaban estos lugares en aquellos años.

Pero vallamos por turno, Pepe Viloria cuando se vino a Madrid desde Córdoba y por motivos de sus aficiones, se hizo amigo de Eduardo Hernández Pacheco jefe de paleontología del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, una eminencia en su parcela, al que le regalaba sus hallazgos y este tenía el detalle de nombrarle en sus escritos e incluso dedicarle un apartado en su Enciclopedia de Historia Natural.

¿Por qué viene a estos lugares  de  El Batán José Viloria?

En primer lugar; por la proximidad a su domicilio.

Pero la principal y que atrae a todos los estudiosos de la paleontología, ciencia que estudia e interpreta el pasado de la vida sobre la Tierra a través de los fósiles, es que en estos terrenos se escarba cada día y a veces noche para sacar tierra y fabricar con ella ladrillos. Esta actividad milenaria hace que este lugar sea el más propicio para hallar restos arqueológicos y más cosas de su interés. Así qué cuando sus obligaciones como cobrador le permiten viene a estos terrenos de  El Batán a ver si aparece algo de su interés.

A veces lo hace a escondidas, observando a los minadores cómo sacan la dura tierra con su esfuerzo y escasa herramientas. Se esconde para no entretener su trabajo. Cuando cree ver algo, se hace notar para que paren un momento y así examinar los restos sospechosos. Por eso, no siempre es bien recibido, porque cuando se produce un descubrimiento se para la faena hasta completar las comprobaciones y a ellos, que trabajaba a destajo, les hace perder tiempo y dinero.

Aquí en la zona, entre el Término (hoy calle Dante) y las Ventas de Alcorcón (Paseo de Extremadura 300) a la derecha en dirección a Badajoz había tres tejares, en esa época, que nos importen, ya que en ellos se han producido los más importantes hallazgos.

El primer tejar y más cercano a las Ventas de Alcorcón es el Tejar de Ignacio Peña y a continuación el de Marcelino Barrio, lugar frecuentado por geólogos y paleontólogos de resonancia científica por las facilidades que sus dueños daban a los investigadores y por los muchos hallazgos que en ellos se habían realizado.

Otro, situado más cerca de Madrid, se le conoce como el Tejar de “El Chapa” apellido de su propietario Modesto Chapa, que aunque tenía cinco hijos; tres chicas y dos chicos, es Modesto, el hijo mayor, el que lleva los negocios con su padre; Modesto Chapa Ferriol, que a su vez lo había heredado de su padre.

Modesto Chapa Ferriol, podríamos decir que era un terrateniente, ya que aparte de este tejar, era propietario de infinitos solares, terrenos y casa en la capital.

Su hijo, Modesto Chapa Lausirica, se desplaza al tejar desde su domicilio en la calle Luchana nº 31, en su Auburn, un automóvil americano o con su Chrysler, pues tiene varios automóviles. Cuando estaba don Modesto, como se hace llamar, José ni se molesta, pues sabe que no le dejarán entrar al tejar.

Restos de animales prehistóricos

En estos tejares y con muchas dificultades, es donde realiza Pepe Viloria sus observaciones y descubrimientos. Los tejeros no comprendían a Pepe, incluso se reían de él, cuando le observaban con su pico escarbando cuidadosamente sobre el terreno duro de El Batán. Y cuando se enteraban de que lo hacía gratis y a costa de su tiempo libre, la cosa toma tintes de locura.

Pepe Viloria sabía que en el tejar de Marcelino Barrio, también conocido como del Olivillo, en el año 1914 Eduardo Hernández Pacheco había encontrado restos de animales prehistóricos como el Anchitherium aurelianense ezquerrae (Meyer 1844) una especie de caballo prehistórico extinguido. Esto animaba a  Pepe Viloria a seguir visitando el Tejar del “Chapa”. Conversa con sus trabajadores para familiarizarse con ellos y les enseña a distinguir los fósiles del resto de piedras sin valor. Muchos de los trabajadores eran vecinos suyos que mal vivían en las chabolas pegadas a las vías del tren del Barrio del Lucero.

Lugar del Arroyo de los Meaques, cerca del El Lago donde Ignacio Bolívar Urrutia encontró en 1872 un caparazón de tortuga gigante, la que sería llamada Testudo bolivari en su honor.

Después de muchas visitas al tejar, un día, Pepe recibe la recompensa a su tenacidad: entre la apretada tierra amarillenta apareció algo que rápidamente supo distinguir. Le vino a la mente una noticia que sorprendió a Madrid en agosto de 1872, entonces en el Arroyo de los Meaques de la Casa de Campo, el naturalista y entomólogo madrileño Ignacio Bolívar Urrutia descubrió una tortuga fósil gigante Geochelone bolivari al que Hernández Pacheco en 1917 pone bolivari en honor al laureado naturalista.

Ignacio Bolívar en primer plano con los restos encontrados en la Casa de Campo, al fondo Eduardo Hernández Pacheco en 1872

Pepe sabía que esta zona era similar, y así sucedió: En el Tejar del “Chapa” en 1928 descubre una tortuga gigante de las mismas característica que la que descubrió Bolivari.

Sin tomar precauciones corrió a contárselo a su amigo Eduardo Hernández Pacheco.

Este vino lo antes que pudo, junto con su hijo aficionado también a la paleontología.

Pero… ¿Qué se encuentran?

Nada.

Los obreros han destruido el hallazgo, sólo quedaban algunos pedazos, que Pepe recogió entre lamentaciones. Los obreros se justifican diciendo que ellos tienen que continuar su trabajo.

Pepe Viloria los comprende, incluso los excusaba de su incultura y poca sensibilidad, ninguno sabe leer ni escribir y menos qué era eso de la paleontología.

Pero José Viloria no se desalienta.

Años después sería recompensado y en el mismo Tejar del Chapa encuentra otro caparazón completo de tortuga, esta vez, ayudado por algunos de los tejeros se lleva la pieza a su casa el mismo día.

Nuestros antiguos vecinos  de  El Batán

Pero uno de los hallazgos más importante de su vida, se iba a producir un día al regresar a su casa, a la altura del nº 131 del Paseo de Extremadura, observando a unos trabajadores que estaban haciendo las zanjas para edificar la futura Colonia del Conde de Vallellano, cerca de su casa, le sorprendió unos restos que los trabajadores a base de pala y pico estaban dejando al descubierto. Se trataba, ni más ni menos que de un cementerio visigodo, con fragmentos de cerámica, un cuenco casi completo dentro de una tinaja y restos de un molino.

José Viloria Rosado y José Pérez de Barradas examinado los tesoros encontrados

Pepe se hace con las piezas, pagando a los obreros que las habían descubierto y le lleva las piezas al que era en ese momento un especialista en el tema, su paisano el laureado José Pérez de Barradas, que debido a sus conocimientos describió todas las piezas y a la vez se apuntó el descubrimiento.

De este encuentro, surgió una especie de amistad entre ellos y juntos excavaron no solo en El Batán, sino allí donde la intuición le decía a José Viloria que había un tesoro bajo la tierra.

Gracias a este tranviario sabemos que El Batán está cimentado sobre antiguos asentamientos que ocultan infinitos tesoros del pasado. En este lugar vivieron romanos, visigodos, judíos y cristianos, lo sabemos de buena mano, las de José Viloria Rosado, José Pérez de Barradas y porqué no de las mías.


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